NUEVA YORK.- La mañana del día que había decidido pasar sin utilizar —ni siquiera tocar— productos de plástico, abrí los ojos y puse los pies descalzos sobre la alfombra. Está hecha de nailon, un tipo de plástico. Llevaba casi 10 segundos de experimento y ya había cometido una infracción.
Desde su invención hace más de un siglo, el plástico se ha colado en todos los aspectos de nuestras vidas. Es difícil pasar minutos sin tocar esa sustancia duradera, ligera y tremendamente versátil. El plástico ha hecho posibles miles de comodidades modernas, pero tiene sus inconvenientes, sobre todo para el medio ambiente. La primera semana de enero, en un experimento de 24 horas, intenté vivir sin él para ver de qué cosas de plástico no podemos prescindir y a qué podríamos renunciar.
La mayoría de las mañanas reviso el iPhone en cuanto me levanto. El día señalado, esto no fue posible, dado que, además de aluminio, hierro, litio, oro y cobre, todos los iPhone contienen plástico. Para preparar el experimento, había guardado el dispositivo en un armario. Enseguida me di cuenta de que no tener acceso a él me hacía sentir desorientado y audaz, como si fuera una especie de viajero intrépido en el tiempo.
Me dirigí al baño, pero me detuve antes de entrar.
“¿Podrías abrirme la puerta?”, le pregunté a mi esposa, Julie. “El pomo tiene una capa de plástico”.
Ella me abrió, dejando escapar un suspiro que decía: “Este será un largo día”.
Mi rutina de higiene matutina necesitaba una renovación total, lo que requería preparativos detallados en los días previos a mi experimento. No podía utilizar mi pasta ni mi cepillo de dientes, champú o jabón líquido habituales, todos ellos envasados en plástico o hechos de plástico.
Afortunadamente, existe una enorme industria de productos sin plástico dirigidos a los consumidores con conciencia ecológica, y yo había comprado algunos, incluyendo un cepillo de dientes de bambú con cerdas de pelo de jabalí de Life Without Plastic. “Las cerdas están completamente esterilizadas”, me aseguró Jay Sinha, copropietario de la empresa, cuando hablé con él la semana anterior.
En lugar de pasta de dientes, tenía un tarro de bolitas grises de dentífrico de carbón y menta. Me metí una a la boca, la mastiqué, bebí un sorbo de agua y me cepillé los dientes. Era agradable y mentolado, aunque la saliva de color ceniza era inquietante.
Me gustó mi barra de champú. Una barra de champú es precisamente eso: una barra de champú. La mía estaba perfumada con pomelo rosado y vainilla, y hacía mucha espuma. Según los defensores del champú en barra, también es más barato que el embotellado por lavado (una barra puede durar 80 duchas). Lo cual es bueno, porque la vida sin plástico puede ser cara. Package Free, un elegante establecimiento del barrio de NoHo, en Manhattan, colindante con la tienda Goop de Gwyneth Paltrow, vende una maquinilla de afeitar de zinc y acero inoxidable por 84 dólares.
Siguiendo el consejo de un blog, preparé yo mismo un desodorante con aceite de árbol de té y bicarbonato de sodio. Me dejó un olor a catedral medieval, pero en el buen sentido. Hacer tus propias cosas es otra forma de evitar el plástico, aunque requiere otro lujo: tiempo libre.
Antes de terminar en el baño, ya había infringido las normas por segunda vez, al usar el inodoro.
Ropa
Vestirme también fue un reto, dado que muchas prendas incluyen plástico. Había encargado unos pantalones de lana que prometían no contener plástico, pero no llegaron. En su lugar, elegí unos viejos pantalones caqui de Banana Republic.
La etiqueta decía “100% algodón”, pero cuando intenté comprobarlo el día anterior con un representante de relaciones públicas de Banana Republic, que me ayudó mucho, resultó ser un poco más complicado. El tejido principal es, en efecto, 100 por ciento algodón, pero había plástico escondido en la cinta del cierre, la cintura interna, la etiqueta tejida, los bolsillos y los hilos, según me dijo el representante. Me corté el pulgar intentando arrancar la etiqueta negra de la marca con un cuchillo totalmente metálico. En lugar de una curita —sí, de plástico—, utilicé cinta de papel engomada para detener la hemorragia.
Afortunadamente, mi ropa interior no representaba una violación: calzones azules de Cottonique hechos de algodón cien por ciento orgánico con un cordón de algodón en lugar del elástico (que suele ser de plástico). Había encontrado esta prenda a través de una lista de internet: “14 marcas de ropa interior masculina sustentables y de moda”.
Para la parte superior de mi cuerpo, tuve suerte. Nuestra amiga Kristen le había tejido a mi esposa un suéter como regalo de cumpleaños. Tenía rectángulos azules y morados, y era 100 por ciento lana merino.
“¿Me prestas el suéter de Kristen durante un día?”, le pregunté a Julie.
“Lo vas a estirar”, respondió.
“Es para el planeta Tierra”, le recordé.
Plásticos del presente y el pasado
Según un informe de las Naciones Unidas, el mundo produce cerca de 400 millones de toneladas métricas de residuos plásticos al año. Aproximadamente la mitad se desecha tras un solo uso. El informe señalaba que “nos hemos vuelto adictos a los productos de plástico de un solo uso, con graves consecuencias medioambientales, sociales, económicas y para la salud”.
Yo soy uno de los adictos. Hice una auditoría y calculo que tiro a la basura casi 800 artículos de plástico al año: envases de comida para llevar, bolígrafos, tazas, paquetes de Amazon con espuma dentro y más.
Antes de mi Día Sin Plástico, me sumergí en una serie de libros, videos y podcasts sobre el plástico y la eliminación de residuos. Uno de los libros, Life Without Plastic: The Practical Step-by-Step Guide to Avoiding Plastic to Keep Your Family and the Planet Healthy, de Sinha y Chantal Plamondon, llegó de Amazon envuelto en plástico transparente, como una rebanada de queso americano. Cuando se lo comenté a Sinha, prometió investigarlo.
También llamé a Gabby Salazar, una científica social que estudia lo que motiva a la gente a apoyar causas medioambientales, y le pedí consejos para mi día sin plástico.
“Sería mejor empezar poco a poco”, me recomendó Salazar. “Empieza creando un único hábito, como llevar siempre una botella de agua de acero inoxidable. Cuando lo hayas logrado, empieza con otro hábito, como llevar bolsas de frutas y verduras al supermercado. Poco a poco. Así es como se logra un cambio real. De lo contrario, te agobiarás”.
“¿Quizás abrumarse traiga algún tipo de claridad?”, respondí.
“Eso estaría bien”, contestó Salazar.
Hay que reconocer que vivir completamente sin plástico es probablemente una idea absurda. A pesar de sus defectos, el plástico es un ingrediente crucial en equipos médicos, detectores de humo y cascos. El eslogan de la industria del plástico de los años 90 es cierto: “Los plásticos lo hacen posible”.
En muchos casos puede ayudar al medio ambiente: las piezas de plástico de los aviones son más ligeras que las metálicas, lo que significa menos combustible y menos emisiones de CO₂. Los paneles solares y las turbinas eólicas tienen piezas de plástico. Dicho esto, el mundo está sobrecargado de este material, sobre todo en sus formas desechables. El Earth Policy Institute calcula que cada año se gasta un billón de bolsas de plástico de un solo uso.
La crisis venía de lejos. Hay cierto debate sobre cuándo apareció el plástico en el mundo, pero muchos lo sitúan en 1855, cuando un metalúrgico británico, Alexander Parkes, patentó un material termoplástico como recubrimiento impermeable para tejidos. Llamó a la sustancia “Parkesina”. A lo largo de las décadas, laboratorios de todo el mundo dieron a luz otros tipos, todos con una química similar: son cadenas de polímeros, y la mayoría se fabrican a partir de petróleo o gas natural. Gracias a los aditivos químicos, los plásticos varían enormemente. Pueden ser opacos o transparentes, espumosos o duros, elásticos o quebradizos. Se conocen por muchos nombres, como poliéster y espuma de poliestireno, y por abreviaturas como PVC y PET.
Fuente: LA NACIÓN