Ileana Chirinos Escudero, magister en administración de empresas, analiza el contexto que atraviesa el país y considera que hay «grieta» y un «círculo de violencia que no tiene fin».
En el contexto de la Argentina actual, el programa de gobierno sigue generando controversias significativas. Muchas personas perciben que las medidas económicas no sólo buscan reestructurar la economía, sino que parecen estar impulsadas por un deseo de venganza. Esta visión, donde la venganza y la economía se entrelazan, transforma no sólo las estructuras económicas del país, sino que también afecta profundamente el tejido social.
Es cierto que la mayoría, en algún momento de nuestras vidas hemos experimentado la común sensación de sed de venganza. Tras sufrir una afrenta por parte del alguien, es casi inevitable no desear devolverle a la otra persona el daño sufrido. Sentirlo así y experimentar incluso ese deseo, es neurológica y emocionalmente un hecho normal. No obstante, la mayoría racionalizamos la situación y tras una etapa de reflexión y adecuada gestión emocional, nos contenemos y pasamos páginas. Este último proceso, ese que regula y apaga el deseo de revancha, está mediado por nuestra corteza cerebral.
Desde la psicología, también la venganza se entiende como una agresión no siempre premeditada que busca satisfacer el deseo de hacer daño a otra persona. Este impulso de «hacer justicia» por medio del daño refleja un sentimiento de pérdida de integridad. Quien medita represalias cree que castigando al responsable del dolor podrá recuperar el equilibrio psicológico sacudido por las acciones del otro.
En Argentina, el ajuste y algunas medidas disciplinadoras exacerbadas por la venganza han llevado a una recesión, con una caída del 8,4% en el estimador mensual de actividad económica (EMAE) según el INDEC, en comparación con el mismo mes de 2023. Además, ha aumentado el desempleo y la pobreza. La clase media, un símbolo distintivo en Sudamérica, ha visto una notable reducción en su poder adquisitivo y de ingresos, motivado por el aumento de tarifas y transporte, y en muchos casos, la falta de actualización de sueldos en paritarias. Este escenario evidencia algunos de los efectos indeseados y de políticas económicas impulsadas por una agenda de venganza más que por un análisis racional y constructivo.
Otra cuestión crucial es la dinámica de venganza que se extiende entre los seguidores y detractores del poder ejecutivo. Los seguidores libertarios parecen encontrar una especie de satisfacción en el revanchismo. El goce de ver cómo las políticas impactan a quienes consideran responsables de los males del país refuerza su apoyo, creando un ambiente donde el dolor infligido a otros se celebra como un triunfo personal. Las redes sociales revelan ese regocijo extremo ante cada anuncio de despidos masivos y eliminación de organismos estatales.
Por otro lado, los detractores, al sentirse atacados y marginados, inevitablemente buscarán tarde o temprano su propia revancha. Este ciclo de retaliaciones mutuas tiene el potencial de desencadenar una espiral de conflictos ilimitada, donde cada bando se siente justificado en sus acciones destructivas como respuesta a las agresiones percibidas. La retaliación, que remite a acciones punitivas en respuesta a un daño, se convierte en una dinámica del «ojo por ojo», perpetuando un ciclo interminable de violencia y resentimiento. Estamos más que nunca en los acantilados de la “grieta”.
Adicionalmente resulta una contradicción la de atacar al Estado, en su versión más teórica, es una entidad política soberana que administra y regula la vida en sociedad dentro de un territorio definido y con una población específica. Sus características principales incluyen la soberanía, el monopolio legítimo de la violencia, y la capacidad para establecer y hacer cumplir leyes. Las funciones del Estado abarcan la seguridad y defensa, la administración de justicia, la provisión de servicios públicos esenciales (como educación y salud), la regulación y supervisión de la economía y las finanzas, y la representación del país en el ámbito internacional mediante relaciones diplomáticas y comerciales.
Si el Estado fuera el causante único de la decadencia de las naciones, de la inflación, de la corrupción etc., entonces ¿por qué en los países más desarrollados sigue existiendo? Una cosa es el tamaño del Estado y sus criterios de eficiencia y eficacia y sus métodos de control y otra su eliminación como causante principal de todos los males.
También es cierto que resulta lógicamente indefendible la pésima administración de años anteriores en cuanto a la asistencia a los que menos tienen por parte del gobierno y de las mal llamadas organizaciones sociales, que mucho tienen de organización, pero poco de asistencia social, pero eso no implica que debe eliminarse la asistencia o ralentizarla.
Atacar al Estado puede implicar un ataque a las instituciones y servicios que la población misma ha creado y de las cuales depende. La falta de insumos y medicamentos esenciales en salud, como los oncológicos y para enfermedades raras, vuelve intransigente este modelo de darwinismo económico.
El Estado, en su esencia, es una manifestación de la voluntad colectiva de una sociedad para gobernarse a sí misma, mantener el orden, y garantizar el bienestar de sus miembros. Cuestionar sus acciones y buscar mejoras es parte del proceso democrático, pero intentar destruirlo bajo la premisa de que es inherentemente maligno puede tener consecuencias devastadoras para la cohesión social. La crítica constructiva y la reforma son esenciales, pero deben estar orientadas hacia el fortalecimiento y mejoramiento de las instituciones estatales, no hacia su aniquilación total.
Para evitar que las políticas económicas se conviertan en herramientas de venganza, es crucial que los líderes desarrollen mecanismos de autocontrol y gestión emocional. Estos incluyen la capacidad de racionalizar y gestionar la ira, el control de impulsos y la empatía hacia los afectados por sus decisiones, todas cuestiones que pareciera no estarían sucediendo.
Recapitulando, el proceso de la venganza se inicia con el dolor. Posteriormente aparece la ira hacia esa persona que ha causado el sufrimiento. La ira tiene un objetivo claro: infligir el mismo sufrimiento que ha causado esa persona. Existe la tendencia a creer que la venganza alivia, repara el daño o calma estas emociones desagradables, cuando en realidad se consigue lo contrario. La forma realmente sana de reparar el daño es a través de la materialización de la justicia, de una forma legal, aunque este ámbito muy pocas veces acompaña a las necesidades de la población.
Fuente: El Intercambio