Pos 26 de octubre: interpretar para crear

  • Por Dolores Lucero Belgrano, dirigente peronista

El debate público a menudo se centra en la confrontación, en las alternativas claras y en la defensa a ultranza de trincheras ya establecidas. Pero, ¿qué ocurre si la clave para un futuro político más promisorio no reside en la rigidez, sino en la capacidad de interpretar, empatizar y construir más allá de los límites autoimpuestos?

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La dirigencia debe sentirse interpelada. Es hora de dejar de vernos como una simple minoría que necesita motivar al resto y asumir la convicción de que el peronismo tiene todas las capacidades para construir futuro y mejorar el presente.

El desafío de la empatía ampliada

No se trata solo de ser solidarios con quienes están en una situación de necesidad evidente, sino de ampliar el círculo de la comprensión que debería alcanzar incluso a aquellos que ya tienen «algunas cosas resueltas». Esto es crucial, ya que el objetivo de un proyecto político inclusivo es tender puentes con la mayoría y no solo con los convencidos.

Si un proyecto busca trascender, debe lograr que las personas se identifiquen con él, conectando aspectos de su vida diaria: sus sentimientos de alegría y tristeza, su quehacer cotidiano. Un futuro «cierto y concreto», incluso si no es inmediato, es más atractivo si resuena con la experiencia vital de todos y todas.

Crear e interpretar. Más allá de la bandera

La inmovilidad puede ser riesgosa. Cuidar lo ya ganado o el «pequeño territorio» propio puede limitar nuestra visión. La construcción política  implica crear, y crear exige interpretar.

Esto no significa una «traición» a los principios o «cambiar de bandera», sino tener la flexibilidad de entender la realidad que nos rodea. La sociedad de hoy demanda una dirección, y si la dirigencia se cierra en su propia burbuja, incapaz de ver más allá de sus circunstancias, es probable que no logre el objetivo principal: incluir a la mayoría.

La crisis de confianza y la interpretación necesaria

El error más grave que se puede cometer es caer en la soberbia de culpar al votante. La idea de que «el pueblo se equivoca» es un camino que solo conduce al aislamiento. La clave reside en que la dirigencia política pueda construir una alternativa, y en todo caso, recuperar la confianza del pueblo. Este es el gran desafío, restaurar ese vínculo perdido.

El imperativo de reconstruir el tejido social: más allá de los nombres propios

Esta es una fibra sensible del debate contemporáneo argentino: la crisis de la dirigencia política y su profundo impacto en el tejido social. Es un llamado urgente a trascender la superficialidad del individualismo y la disputa estéril de «nombres propios» para enfocarse en la esencia del proyecto nacional.

El diagnóstico es contundente: no podemos lamentar la erosión de los valores de solidaridad y compañerismo si nuestro discurso público se agota en la crítica personalista y no en la construcción colectiva.

Es en este punto donde se articula el desafío central: la dirigencia debe dejar de «pensar en ser» (obtener un cargo) y empezar a «pensar en hacer» (resolver problemas reales, transformar la sociedad).

Es pasar del acompañamiento al compromiso. La apatía o el simple seguimiento pasivo de figuras políticas no son suficientes. Lo que se demanda es un compromiso activo y serio con la definición clara de qué queremos y para qué lo queremos como Nación. Esto implica un cambio de paradigma en la participación ciudadana y, fundamentalmente, en la ética de la representación.

La clave está en la recuperación del sentido de Nación y del tejido social sin discriminar. El llamado a la inclusión y a un camino que pueda ser abrazado por la mayoría, e incluso respetado por la minoría sin ser un «palo en la rueda», es la piedra angular de esta reflexión. En un contexto mundial que exige cohesión y propósito, la fragmentación interna se convierte en un lujo que Argentina no puede permitirse.

En resumen, la solución a la crisis de Argentina no vendrá de la elección de un salvador, sino del redescubrimiento de un propósito compartido y de una dirigencia que entienda su rol como servicio y transformación, en pos de un bien común que, alguna vez, supimos priorizar.


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