Los costos ambientales son el único límite que encuentra la producción aviaria

La producción mundial de carne aviaria ascendió a 136 millones de toneladas en 2020 y es, de lejos, la mayor producción de carne del mundo, por encima de la ganadería porcina y la vacuna. Esta producción récord se sustenta en unos 66.000 millones de crías, lo que representa aproximadamente a ocho unidades por persona en el planeta según la estimación de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) de 2023.

Hasta la década del 50 del siglo pasado, el consumo mundial de carne estuvo dominado por la producción porcina y vacuna, y sólo en tercer lugar se encontraba la aviaria o blanca en una relación de siete a uno, o más.

Pero a medida que el precio de la carne aviaría o blanca disminuía, caía el consumo de la carne roja, tanto en su variedad porcina como vacuna, y el consumo de la aviaria se incrementaba significativamente. A partir de la década del 80, el consumo de carne aviaria empieza a ocupar el primer lugar en el mundo, y ha mantenido ese puesto de vanguardia desde entonces.

La tendencia en la producción de carne aviaria ha sido la de maximizar sistemáticamente su crecimiento, siguiendo pautas uniformes prácticamente de carácter industrial, basadas en el criterio económico de ser el instrumento más eficiente de conversión de los insumos alimentarios en mayores pesos y medidas. Esta tendencia es la que se ha mantenido en las ultimas cuatro décadas y todo indica que permanecerá y se profundizara en los siguientes 40 a 50 años, o quizás más.

La producción de carne aviaria siguió la tendencia de la industria manufacturera y se convirtió en un proceso cuasi automático en el que se producían 100 aves por hora en la década del 50, 6.000 en los 60 y más de 12.000 en el momento actual. Y todo este proceso se aceleraba a medida que disminuían los precios de la carne aviaria en el mercado mundial, lo que hacía que la carne blanca resultara imbatible frente a sus competidoras porcinas y vacunas,

Al mismo tiempo, se modificó profundamente la forma de consumir la carne aviaria, y se la transformó en un parte de las comidas pre preparadas o rápidas (o TV- Dinner), convertida en un componente esencial de la alimentación de la clase media norteamericana y europea a partir de la década del 50 y el 60.

El inconveniente que presentaba el fenomenal auge del consumo de carne aviaria eran sus crecientes costos ambientales, con un impacto directo en la destrucción de la biodiversidad y, en general, en los aspectos negativos de la producción industrial de agroalimentos.

El resultado fue que pronto se advirtió que más de 50 por ciento de la emisión de dióxido de carbono (CO2) del sector cárnico provenía de los insumos alimentarios de la carne aviaria, que esencialmente eran la soja y sus derivados.

También se comprobó que mas de tres cuartas partes de la producción de soja del mundo se destinaban a la alimentación animal y que, de ese porcentaje, casi la mitad correspondía a la producción aviaria. En China, en cambio, más de dos tercios se destinaban a la producción de carne porcina.

A su vez, esto provocaba de manera cada vez más directa el proceso de deforestación del sistema global y constituía en conjunto una industria alimentaria de enormes y crecientes costos ambientales.

La respuesta a esta situación no podía consistir en la reducción del consumo de carne, como se sostenía en ciertos círculos ambientalistas del mundo avanzado, debido a que la carne, y sobre todo la aviaria, se había convertido en un componente fundamental de la seguridad alimentaria de la población mundial, que requería cada vez mas alimentos y más baratos y fáciles de consumir.

La alternativa a este dilema fundamental era buscar una producción sustentable en el largo plazo de proyección esencialmente biológica y utilizando la tecnología más avanzada del sistema mundial, que es precisamente la biotecnología.

Por eso está en marcha la utilización intensiva y en gran escala de mejores sistemas de ventilación basados en la energía solar, y en la identificación de cada uno de los animales superando la uniformidad propia de la etapa industrial, así como en la búsqueda de una diversificación de la alimentación animal más allá de la soja.

Esto es posible por las nuevas condiciones tecnológicas, que permiten, con la cuarta revolución industrial, la búsqueda de una producción especifica y determinada, dejando atrás la uniformidad y la repetición.

Fuente: Clarín

¿Qué daños producen los microplásticos para el ser humano?

En enero de 2024, las redes sociales, los periódicos, los telediarios e, incluso, muchas convesaciones casuales en España se centraron en una marea de pélets de plásticos que llegó a las costas de Galicia y Asturias. Entre los términos más utilizados está el de los «microplásticos» y sus efectos para las personas pero ¿qué daño, si es que hay alguno, causan a la salud humana?

Hace unos años, cuando los microplásticos empezaron a aparecer en las vísceras de los peces y mariscos, la preocupación se centró en la seguridad de los productos del mar. Los mariscos eran una preocupación especial, porque en su caso, a diferencia del pescado, nos comemos el animal entero, incluido el estómago y los microplásticos que pueda contener. En 2017, científicos belgas anunciaron que los amantes del marisco podían consumir hasta 11 000 partículas de plástico al año al comer mejillones, un plato estrella en ese país.

Para entonces, sin embargo, los científicos ya entendían que los plásticos se fragmentan continuamente en el medio ambiente, desmenuzándose con el tiempo en fibras incluso más pequeñas que un pelo humano (partículas tan pequeñas que se transportan fácilmente por el aire). Un equipo de la Universidad de Plymouth, en el Reino Unido, decidió comparar la amenaza de comer mejillones silvestres contaminados en Escocia con la de respirar el aire de una casa típica. Su conclusión: la gente ingerirá más plástico durante una cena de mejillones al inhalar o ingerir diminutas fibras de plástico invisibles que flotan en el aire a su alrededor, fibras desprendidas por su propia ropa, alfombras y tapicería, que al comer los mejillones.

En 2022, un grupo de investigadores del CSIC publicó un estudio en Scientific Reports en el que aseguraban que la ingesta de microplásticos reduce la diversidad bacteriana de la microbiota del colon, además de producir una alteración del equilibrio en los microorganismos presentes. “Dada la posible exposición crónica a estas partículas a través de nuestra dieta, los resultados obtenidos plantean que su ingesta continuada podría alterar el equilibrio intestinal y, por tanto, la salud”, dijo Victoria Moreno, investigadora del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL), en la nota de prensa difundida por el CSIC.

Esta primavera, científicos de los Países Bajos y el Reino Unido anunciaron que habían encontrado diminutas partículas de plástico en seres humanos vivos, en dos lugares donde no se habían visto antes: en el interior de los pulmones de pacientes quirúrgicos y en la sangre de donantes anónimos. Ninguno de los dos estudios respondía a la cuestión de los posibles daños. Pero juntos marcaron un cambio en el enfoque de la preocupación por los plásticos hacia la nube de partículas de polvo en el aire en la que vivimos, algunas de ellas tan pequeñas que pueden penetrar en lo más profundo del cuerpo e incluso en el interior de las células, de formas que los microplásticos más grandes no pueden.

Dick Vethaak, profesor emérito de ecotoxicología de la Universidad Libre de Ámsterdam y coautor del estudio sobre la sangre, no considera que sus resultados sean alarmantes, exactamente, «pero, sí, deberíamos estar preocupados. Los plásticos no deberían estar en la sangre».

«Vivimos en un mundo de múltiples partículas», añade, en alusión al polvo, el polen y el hollín que los humanos también respiran a diario. «El truco es averiguar en qué medida los plásticos contribuyen a esa carga de partículas y qué significa eso».

El daño es lo difícil

Los científicos llevan un cuarto de siglo estudiando los microplásticos, definidos como partículas que miden menos de cinco milímetros. Richard Thompson, científico marino de la Universidad de Plymouth, acuñó el término en 2004 tras encontrar montones de trozos de plástico del tamaño de un arroz sobre la orilla de una playa inglesa. En los años siguientes, los científicos localizaron microplásticos en todo el mundo, desde el fondo de la Fosa de las Marianas hasta la cima del Monte Everest.

Los microplásticos están en la sal, la cerveza, las frutas y verduras frescas y el agua potable. Las partículas transportadas por el aire pueden dar la vuelta al globo en cuestión de días y caer del cielo como una lluvia. Las expediciones marítimas para contar los microplásticos en el océano arrojan cifras incomprensibles, que se han multiplicado con el tiempo a medida que más toneladas de residuos plásticos entran en los océanos cada año y se desintegran. Un recuento revisado por expertos y publicado en 2014 cifraba el total en cinco billones. En el último recuento, realizado el año pasado, científicos japoneses de la Universidad de Kyushu calcularon 24,4 billones de microplásticos en la parte superior de los océanos del mundo, el equivalente a unos 30 000 millones de botellas de agua de medio litro, una cifra en sí misma difícil de comprender.

«Cuando empecé a hacer este trabajo en 2014, los únicos estudios que se hacían consistían en buscar dónde estaban», dice Alice Horton, científica marina del Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido especializada en la contaminación por microplásticos. «Ya podemos dejar de buscar. Sabemos que donde miremos, los encontraremos».

Pero determinar si causan daños es mucho más difícil. Los plásticos están hechos de una compleja combinación de sustancias químicas, incluidos los aditivos que les dan fuerza y flexibilidad. Tanto los plásticos como los aditivos químicos pueden ser tóxicos. El análisis más reciente ha identificado más de 10 000 sustancias químicas únicas utilizadas en los plásticos, de las cuales más de 2400 son potencialmente preocupantes, afirma Scott Coffin, científico investigador de la Junta Estatal de Control de Recursos Hídricos de California (Estados Unidos). Muchos de ellos «no están adecuadamente regulados» en muchos países, dice el estudio, e incluye 901 sustancias químicas cuyo uso en los envases de alimentos no está aprobado en algunas jurisdicciones.

Los aditivos también pueden filtrarse al agua: un estudio descubrió que hasta el 88% podía filtrarse, dependiendo de factores como la luz solar y el tiempo. El mismo estudio encontró hasta 8681 sustancias químicas y aditivos únicos asociados a un solo producto de plástico. Determinar qué combinaciones químicas concretas son problemáticas, y encontrar el nivel y la duración de la exposición que provoca daños en un potingue tan enrevesado no es tarea fácil.

«Se puede encontrar una correlación, pero sería difícil encontrar una causalidad debido a la gran cantidad de productos químicos a los que estamos expuestos en nuestra vida diaria», dice Denise Hardesty, una científica que ha estudiado los residuos plásticos durante 15 años en la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth de Australia.

Janice Brahney, bioquímica de la Universidad Estatal de Utah (EE. UU.) que estudia cómo el polvo transporta nutrientes, patógenos y contaminantes, dice estar preocupada porque la producción de plástico sigue aumentando drásticamente, mientras que se desconoce mucho sobre los microplásticos. En 2020, se fabricaron 367 millones de toneladas métricas de plásticos, una cantidad que se prevé que se triplique para 2050. «Es alarmante porque estamos muy metidos en este problema y todavía no entendemos las consecuencias, y va a ser muy difícil dar marcha atrás si tenemos que hacerlo», afirma.

El American Chemical Council (ACC), un grupo comercial de la industria, mantiene una larga colección de declaraciones en su sitio web que explican la composición química de varios plásticos y refutan las afirmaciones de la investigación de que ciertos plásticos son tóxicos.

«No, los microplásticos no son la ‘nueva lluvia ácida’. Ni de lejos», dijo el consejo en respuesta a la cobertura mediática del artículo de Brahney para 2020, publicado en Science, que estimaba que 11 000 millones de toneladas métricas de plástico se acumularán en el medio ambiente para 2025 (Brahney calculó que, sólo en el oeste de EE.UU., más de 1000 toneladas métricas de pequeñas partículas son transportadas por el viento y caen al aire cada año).

El ACC también criticó ese hallazgo, diciendo: «La cantidad de microplásticos en el medio ambiente representa sólo el 4 por ciento de las partículas recogidas en promedio… El otro 96 por ciento está compuesto por materiales naturales como minerales, tierra y arena, partes de insectos, polen y más».

Mientras tanto, la ACC dijo a través de un portavoz que ha lanzado un programa de investigación para ayudar a responder a las preguntas pendientes de los microplásticos, incluyendo las que rodean el polvo doméstico, y ayudar a establecer un intercambio global de investigación de microplásticos entre universidades, instituciones de investigación y la industria. El trabajo previsto incluirá el examen del destino medioambiental y las posibles vías de exposición a los microplásticos, la identificación de posibles peligros y el desarrollo de un marco para evaluar el riesgo. Los resultados se publicarán en los próximos años.

El tema es tan complicado y controvertido, dice Hardesty, que incluso la definición de daño es a veces objeto de debate. ¿Debemos preocuparnos sólo por los efectos de los microplásticos en la salud humana? ¿Y el daño que pueden causar a los animales y a los ecosistemas?

Los plásticos en los animales

La búsqueda de los posibles daños de los plásticos comenzó en realidad con estudios en animales hace unos 40 años, cuando los biólogos marinos que estudiaban la dieta de las aves marinas empezaron a encontrar plástico en sus estómagos. A medida que más fauna marina empezó a verse afectada por los plásticos, bien por enredo o por ingestión, los estudios se ampliaron más allá de las aves a otras especies marinas, así como a ratas y ratones.

En 2012, el Convenio sobre la Diversidad Biológica de Montreal declaró que las siete especies de tortugas marinas, el 45% de las especies de mamíferos marinos y el 21% de las especies de aves marinas se veían afectadas por comer o enredarse en plástico. Ese mismo año, 10 científicos pidieron sin éxito a las naciones del mundo que clasificaran oficialmente el plástico más dañino como peligroso, lo que daría a sus organismos reguladores «el poder de restaurar los hábitats afectados».

En la década transcurrida, las cifras y los riesgos para los animales han empeorado. Más de 700 especies están afectadas por los plásticos. Es probable que cientos de millones de aves silvestres hayan consumido plástico, según los científicos, y se prevé que a mediados de siglo todas las especies de aves marinas del planeta lo estén comiendo. Se cree que algunas poblaciones de aves ya están amenazadas por la exposición generalizada a las sustancias químicas que alteran el sistema endocrino contenidas en los plásticos. Los estudios de laboratorio con peces han descubierto que los plásticos pueden dañar los sistemas reproductivos y estresar el hígado.

Los estudios en animales han demostrado la ubicuidad de los residuos plásticos y han ayudado a informar la investigación sobre sus posibles efectos fisiológicos y toxicológicos en los seres humanos.

Por ejemplo, aunque las toxinas de los plásticos pueden causar efectos adversos en la salud de las aves, un estudio australiano realizado en 2019, en el que se alimentó deliberadamente a polluelos de codorniz japonesa con dichas toxinas, descubrió lo contrario: los polluelos sufrieron retrasos menores en el crecimiento y la maduración, pero no fueron más propensos que los polluelos no expuestos a enfermar, morir o tener problemas de reproducción. Los resultados sorprendieron a los científicos, que los calificaron de «primera prueba experimental» de que los efectos toxicológicos y endocrinos «pueden no ser tan graves como se temía para los millones de aves» que llevan pequeñas cargas de plásticos en sus estómagos.

Hardesty, uno de los coautores, afirma que el estudio sobre la codorniz sirve de recordatorio de que evaluar la amenaza que supone la exposición a los microplásticos «no es tan sencillo». En particular, dice, la dificultad para encontrar pruebas claras de daño en las codornices «realmente pone de relieve que todavía no somos capaces de responder a la pregunta de cuál es el impacto de comer plástico para los seres humanos de una manera definitiva».

Los plásticos en los humanos

Medir los posibles efectos adversos de los plásticos en los humanos es mucho más difícil que en los animales: a diferencia de las codornices y los peces, los sujetos humanos no pueden ser alimentados intencionadamente con una dieta de plásticos. En las pruebas de laboratorio, se ha demostrado que los microplásticos causan daños en las células humanas, incluidas las reacciones alérgicas y la muerte celular. Pero hasta ahora no ha habido estudios epidemiológicos que documenten, en un grupo grande de personas, una conexión entre la exposición a los microplásticos y los impactos en la salud.

En cambio, la investigación ha involucrado a pequeños grupos de personas, un factor que limita las conclusiones que se pueden extraer más allá de identificar la presencia de microplásticos en diferentes partes del cuerpo. Un estudio de 2018 encontró microplásticos en las heces de ocho personas. Otro estudio documentó la presencia de microplásticos en las placentas de bebés no nacidos.

El reciente estudio de Vethaak y sus colegas encontró plásticos en la sangre de 17 de 22 donantes de sangre sanos; el estudio de los pulmones encontró microplásticos en 11 de 13 muestras de pulmón tomadas de 11 pacientes. No se sabe prácticamente nada de ninguno de los dos grupos que pueda ayudar a determinar el nivel y la duración de la exposición, dos atributos esenciales para determinar el daño.

En ambos estudios, las partículas de plástico encontradas eran principalmente nanoplásticos, que tienen un tamaño inferior a un micrómetro. Las encontradas en el estudio de sangre eran lo suficientemente pequeñas como para haber sido inhaladas, aunque Vethaak dice que también es posible que hayan sido ingeridas. No está claro si esas partículas pueden pasar de la sangre a otros órganos, especialmente al cerebro, que está protegido por una red única y densa de células que forman una barrera.

«Sabemos que las partículas pueden ser transportadas por todo el cuerpo a través del riego sanguíneo», dice Vethaak. El estudio es uno de los 15 estudios de investigación sobre microplásticos que está llevando a cabo la Organización Nacional Holandesa para la Investigación y el Desarrollo de la Salud.

El estudio sobre los pulmones, realizado en la Universidad de Hull (Reino Unido), demostró lo intrusivas que pueden ser las partículas en el aire. Aunque los científicos esperaban encontrar fibras de plástico en los pulmones de los pacientes quirúrgicos (investigaciones anteriores las habían documentado en cadáveres), se quedaron sorprendidos al encontrar el mayor número, de diversas formas y tamaños, incrustadas en lo más profundo del lóbulo inferior del pulmón. Una de las fibras medía dos milímetros.

«No se esperaría encontrar microplásticos en las partes más pequeñas del pulmón con el diámetro más pequeño», dice la ecóloga ambiental de Hull Jeannette Rotchell. El estudio, dice, permite a su equipo pasar al siguiente nivel de preguntas y realizar estudios de laboratorio utilizando células o cultivos de tejidos de células pulmonares para descubrir los efectos de los microplásticos que encontraron.

«Hay muchas más preguntas», dice. «Me gustaría saber a qué niveles estamos expuestos a lo largo de nuestra vida. Qué microplásticos estamos respirando cada día, ya sea trabajando en casa, yendo a la oficina, al aire libre, montando en bicicleta, corriendo, en diferentes entornos. Hay un gran vacío de conocimiento».

Fuente: National Geographic