La historia y las mejores anécdotas del bar donde iba Maradona y reabrió sus puertas a casi un siglo de su fundación

La historia y las mejores anécdotas del bar donde iba Maradona y reabrió sus puertas a casi un siglo de su fundación

 Algunos días de la semana, Hugo García, de 73 años, se sienta en las mesas de madera con tapa de mármol del Café de García, en Villa Devoto. Ya no es el dueño del lugar, pero sigue yendo. Y no es porque le invitan el café -que lo hacen-: ese piso de mosaico en damero, esas paredes llenas de fotos y objetos históricos, uno de los mozos, muchos de los parroquianos, todo eso es parte de su vida. O quizás sea su vida entera.

Hoy lo mira con nostalgia, pero le alegra el cambio de rumbo que tomó el local. Decidió cerrarlo luego de una tragedia personal a mediados del 2022, vinculada con la pandemia. Poco después le vendió el establecimiento al Grupo Los Notables, que como su nombre lo indica posee varios de los catalogados como “Bares Notables de Buenos Aires”. Hace dos meses, el icónico café reabrió sus puertas.

El lugar cumplirá un siglo dentro de poco: se inauguró en 1927. Luego de una importante refacción, hoy muestra cambios: se modernizó pero no perdió su esencia. Sobre la calle sigue la glorieta que perfuman las glicinas que se abrazan a sus columnas, lo que llaman el “Paseo Metodio y Carolina”, en honor al matrimonio que lo fundó. También está la formidable puerta de doble hoja, una réplica de la original, que Hugo y su hermano Rubén encargaron a un carpintero que trabajó en la Basílica de Luján. Y las típicas ventanas guillotina.

Uno de los puentes entre ambas gestiones es uno de los mozos, Oscar Galarza, que lleva 25 años llevando la bandeja de un lado al otro del bar. Antes, con una chaquetilla celeste -o blanca los días que servían picadas-, hoy con una marrón. Aún, asegura, puede recordar el nombre de todos los clientes habituales. Algunos sólo pasan para saludarlo y charlar con él.

Mientras de fondo se escucha rock nacional -que alternan con tango, lo que se escuchaba antes-, relata: “En la época que entré estaban las mesas de billar y el pool, y siempre había alguien jugando. Ahora no están, pero hay más lugar para mesas, porque esto se llena. Tampoco ajedrez, aunque eso estaba reservado para los habitués nada más. ¿Qué otras cosas se perdieron con los años? Por ejemplo, siempre había alguien que invitaba toda la ronda de café para la mesa, y al día siguiente, la pagaba otro…”.

Pero quizás el cambio más importante no tenga que ver ni con la carta, ni con el inmueble (ya se hablará de ambas cosas), ni con el horario que se amplió (abren de lunes a lunes de 8 de la mañana a una de la madrugada) sino con una incorporación vital, como manda la época: ahora van mujeres, y antes no entraban.

Según explica María Victoria Lázaro, la gerente del café, “Hay vecinas que tienen 50 años en el barrio que nos dicen que es la primera vez que vienen, porque antes al lugar lo tenían como un bar de hombres que sólo venían a jugar al billar o a ver partidos de fútbol en la tele. La única forma en que las mujeres entraban era si estaban acompañadas por un hombre. Pero solas, por su cuenta, era muy raro…”. Bienvenido el cambio.

La historia del Café de García tiene un comienzo, si se permite, trágico. En esa esquina de Sanabria y Varela (que a principios del siglo XX se llamaban Viena y San Roque) funcionaba una farmacia. Según cuenta Hugo, una receta magistral mal hecha se cobró la vida de un bebé, y debió cerrar. Ahí estaban, atentos, sus padres, Metodio Nicolás García y María Carolina Urbina. Se lo alquilaron a dos mujeres, dueñas de la esquina. Y arrancaron con su sueño.

“Cuando vaya a pagar la luz no diré nada, pero habrá señales”: le llegó una factura de $840 mil y llevó la plata en una carretilla

 “Mi papá era asturiano, de un pueblo de montaña llamado Villa de Santa Eulalia, en Oviedo. Y mamá, argentina, de Junín y descendiente de italianos. Vivían en Palermo, mi padre trabajaba en una panadería de la avenida Gaona, la Colón. Hacía los repartos a caballo. Pero quiso poner su propio negocio y apareció el café… Adentro tenía dos habitaciones, una en la terraza, un patio, baño, cocina, y vivimos acá”, recuerda Hugo.

 “Al principio, ni nombre tenía. Lo de ‘de García’ se puso después, cuando empezamos a trabajarlo con mi hermano Rubén”, cuenta Hugo.

Pero en la primera época del bar, el lugar donde él y su hermano se criaron, Villa Devoto era un barrio de casas bajas, donde Hugo veía llegar al café de su padre el carro a caballo del hielero, que lo cortaba con una sierra, o el del lechero. “Al café venían los vecinos, y eso no se perdió”, añade.

De aquellos primeros años recuerda grandes anécdotas: “Las señoras que nos alquilaban siempre venían a cobrar en un auto. Un día empezaron a venir menos, y apareció un apoderado que le dijo a mi papá: ‘tengo una noticia buena y una mala’. Le pidió que empezara por la mala. ‘Las señoras quieren vender la propiedad’. Pero no tenía plata.

Entonces este señor le dijo, ‘la buena es que solo se la quieren vender a usted y dicen que les pague como pueda’. Mi viejo saltaba en una pata. Creo que terminó de pagarla dos años antes de la muerte de mi mamá”.

Alrededor de 1962, Carolina enfermó de un cáncer de garganta. El médico, cuenta Hugo, le dió un año de vida. Y así fue, en 1963, murió.

“Nunca supo lo que tenía, el médico se lo contó a mi papá. Pero ella tampoco quería tratarse de nada, prefirió seguir antes de hacerse una traqueotomía… Mi viejo, cuando se enteró, dejó el negocio. Lo alquiló durante muchos antes. Pero era muy buen tipo, a veces no le pagaban. Hasta que le dije que lo agarraba y le iba a pagar el alquiler. Primero entré yo y al poco tiempo mi hermano…”.

Los hermanos García aggiornaron el bar. Tenían mesas de billar y pool y ya servían alguna comida. Pero el sello distintivo eran -y son con la nueva administración-, las famosas picadas. “Un día, un amigo nos dijo ‘¿por qué no van a lo del Japonés en Constitución?’. Era un boliche que hacía unas picadas muy especiales, todo de primer nivel.

Salimos de ahí, nos gustó la idea y arrancamos… Las ofrecíamos jueves, viernes y sábados, y tenían todo lo que nos gustaba comer, hasta cosas dulces como strudel. Eran espectaculares… Hoy, por un tema de guita, de costos, no se podría hacer. Imposible cobrarla lo que vale…”. La actual sigue siendo maravillosa: cuesta 24 mil pesos y -como se dice- comen cuatro, de sobra, y pican seis.

Ya habían llegado los noventa. El bar, sus objetos, atraían famosos. En esas mesas se filmaron escenas de No te mueras sin decirme adónde vas, de Eliseo Subiela. Pasaron desde Ricardo Darín, Mariano Mores, Graciela Borges, Víctor Hugo Morales, Félix Luna, Pepe Eliaschev, Enzo Francescoli y Francis Ford Cóppola. Oscar, el mozo, recuerda bien el paso del director de El Padrino y Apocalypse Now: “Lo trajeron para hacerle una entrevista. Habían reservado el salón privado, pero a Cóppola le gustó más estar acá, entre la gente. Pidieron una picada especial, y hay cosas que vienen con salsa, con aceite. Él agarraba todo con la mano y se manchó la camisa. Entonces, cuando se sacó la foto, la asistente le puso una bufanda y se la acomodó para que no se noten. Nadie lo molestó ni le pidió un autógrafo, pero cuando se paró para irse, todos los que estaban se pusieron de pie y lo aplaudieron”.

La memoria de Oscar también trae la vez que estuvo Darín, al que lo llevaron para otra entrevista: “Tomó un café y cuando terminó el reportaje quería jugar al pool, y estaba solo. Creo que habrá pensado que se iban a parar muchos para jugar con él, y no iba nadie. Entonces preguntó: ‘Che, ¿nadie quiere jugar conmigo?’ Y uno que estaba en la mesa de billar le dijo ‘dejame que termino acá y voy’. Es que por más plata o fama que tengas, cuando entrás a un boliche como este sos uno más”.

Pero el barrio tenía un vecino demasiado famoso: Diego Maradona, en la época que vivía en La Habana y Segurola, a diez cuadras de allí. Oscar, el mozo, cuenta que él no llegó a verlo en el bar, pero que las anécdotas con El Diez son famosas: “La primera vez que vino lo trajeron su suegro, Coco Villafañe, y Carlitos Fren. Llegó con su auto, se metió a contramano y chocó a otro. El tipo se bajó a las puteadas, como queriéndolo matar, y cuando vio que era Diego le dijo ‘rompelo, hacelo mierda, lo que quieras…’

Otra vuelta se apareció en bermudas y ojotas, porque enfrente había un sastre que le hizo un traje para ir a un cumpleaños. Obvio que no pagaba nada…El que caminaba por acá seguido era Don Diego, su papá, pero los vecinos no lo molestaban”. Hugo añade: “Las veces que iba Maradona estaba muy poco, porque se corría la noticia y se llenaba de gente”. En una época, sobre la pared, había una camiseta de la selección autografiada. Y, colgando del techo, unos botines Puma que usó en Argentinos Jrs. Alguna foto con la dedicatoria de Diego aún lucen en las paredes del local.

También hay una de él en el bar, flanqueada por dos objetos que estaban en el Museo de Maradona en La Paternal y donaron al lugar: un pequeño obelisco y una jarra de cerveza. Pero la memoria más preciada, la camiseta y los botines, se la llevó Hugo a su casa: “Una vez me preguntaron si los quería vender. Y si, yo los vendo. Si me hacen una oferta no tengo ningún problema… pero la oferta no viene, ¿entendés?”

Cambio de mando

Hugo García se desprendió del local luego de dos pérdidas familiares. Primero murió su hermano, Rubén. “Fue hace unos diez años. Estaba muy enfermo, pero seguía adelante. Él era el que se encargaba de las relaciones públicas. Si alguien le preguntaba algo, se ponía a charlar. Yo, en cambio, soy medio ermitaño”. Oscar, el mozo, tiene siempre presente a Rubén, o Titi, como lo llamaban: “Él tenía una libreta donde anotaba los nombres, teléfonos y fecha del cumpleaños de todos los vecinos que venían acá. Y cuando llegaba el día, los llamaba. También era el que si algún habitué no aparecía por tres días, llamaba a la casa para ver cómo andaba… Por las dudas, ponía una excusa, como recordarle que tenía tanta plata en la cuenta, porque en las épocas malas les fiaba”.

Después, hace poco, Hugo sufrió el golpe más duro. El mayor de sus dos hijos, Nicolás, que lo acompañaba en el negocio y tenía 38 años, falleció. “Tuvo un accidente; iba en moto, lo atropelló un tipo que venía alcoholizado y lo internaron en el Santojanni. Y ahí contrajo el COVID. No se había dado la vacuna, estaba influenciado por un íntimo amigo que decía que la vacuna no servía… Estuvo dos meses en terapia y murió”. Ese fue el momento en que Hugo dijo ‘no va más’ y puso a la venta el local. “Llega un momento en que te cansás de trabajar. Y ya no había nadie que quisiera seguir con el negocio…”, concluye.

Aunque el Café de García reabrió sus puertas en enero, este martes 19 será la reinauguración oficial. Mavi, la gerente, cuenta que en la cocina “quisimos mantener la esencia de la carta, pero modernizándola. Por ejemplo, al lomo lo sacaban en sandwich, ahora habrá al plato”. La carta también se pobló de homenajes: se puede pedir El Ojo de Diego Armando (ojo de bife), la ensalada Metodio y Carolina, una tabla de degustación llamada Hugo por García o la entraña Devoto, por el barrio”.

La mayor restauración del local se hizo puertas adentro. Por ejemplo, en la barra de madera, donde sin embargo se conserva la antigua caja registradora National. Y el otrora salón privado, donde se hacían cumpleaños o reuniones fue abierto. Ahora, allí, Erica prepara a la vista las famosas picadas. También se demolieron las dos habitaciones donde vivían los primeros dueños, el baño que era solo para hombres, una cocina pequeña y un patio. Ese espacio lo ocupa una moderna cocina. Los baños fueron al piso de arriba y se preparó la terraza para colocar mesas, por primera vez en la historia del lugar. Pero eso, calculan, será en la próxima primavera.

Fuente: Infobae